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¡Que fuerte es estar lejos!

Paola Duque, es una joven barquisimetana, periodista egresada de la Universidad Fermín Toro de esta misma ciudad. El año pasado junto a su esposo decidieron dejar todo en Venezuela para buscar en Birmingham Inglaterra un futuro mejor y más seguro.
Desde allá nos envía su testimonio, un relato que en ingles también hizo llegar a medios impresos en este país para hacerle entender lo que se vive en estas tierras. La historia de lo que se siente estar del otro lado del mar pero con el corazón en Venezuela.


Paola Duque
 ¡QUE FUERTE ESTAR TAN LEJOS!

¿Por qué se van?, ¿Por qué no se quedan a luchar con nosotros?, ¿Por qué abandona la patria? ¿Por qué montan fotos en otros países mostrando que son felices mientras el venezolano sufre?, estas son algunas de las miles de preguntas que los venezolanos que aún están en Venezuela se hacen.

Pues las respuestas también son muchas, cada persona es un mundo y cada uno va en búsqueda de sus sueños y de lo que lo acerque a ellos. Nadie puede juzgar el por qué una persona abandona su casa, su familia, sus costumbres, sus comidas, sus olores, sus lujos y emigra a otro país donde debe empezar de cero, donde llega a alquilar solo una habitación para ahorrar lo más que se pueda y poder enviar dinero a sus familias en Venezuela.


 El que toma la difícil decisión de dejar su país por la razón que sea, está tomando una dolorosa y desgarradora decisión que salvará sus vidas, al menos por un tiempo, de la inseguridad que se vive en Venezuela; es contradictorio, ¿no?, que algo que te salve la vida te duela tanto.

Cuando decidí dejar el país por un tema de inseguridad sabía que no sería fácil llegar a otro país con leyes diferentes, con personas diferentes, con estilos de vida diferente y sin mi familia, sin mis padres, hermanos, tíos, primos, abuelos, etc., pero sabiendo que podía vivir “tranquila”, sin estrés de caminar por la calle, sin ese miedo y ese vacío en el estómago que da al escuchar una moto en Venezuela. Confieso que al principio no fue fácil, vivía paranoica, no quería caminar por la noche,  me daba miedo sacar el celular, hasta que luego comprendí que si es posible vivir tranquilo, entendí que la calidad de vida es algo indispensable para no vivir enfermo de miedo como se vive en Venezuela; porque ya forma parte del venezolano sentir miedo en la calle, y no, no considero que se hayan acostumbrado, es simplemente que no queda alternativa y hay que vivir.

El día que me fui creo que ha sido el peor día de mi vida (en cuanto a sentimientos se refiere), para unos será igual, para otros sonará drástico y para otros seré una dramática; pero el hecho es que yo no me quería ir y un gobierno nefasto e indolente me llevó a eso, un gobierno que no genera garantía de vida me llevó a eso y digo que fue el peor día de mi vida porque lo que sentí en el pecho ese día jamás lo había sentido antes, lo recuerdo y me da escalofríos, es algo indescriptible, desgarrador, sentía que me apretaban el estómago, que me golpeaban el pecho, que me estrujaban el cuerpo, que no quería soltarle la mano a mi madre porque no sabía en cuanto tiempo la iba a volver a tocar y abrazar; por eso digo que es una decisión desgarradora.

Y luego estar fuera… estar fuera y darte cuenta cuánto vale, cuánto lo amas, todo tiene que ver con Venezuela,  todo te lo imaginas en Venezuela…

-Imagínate que se respeten los semáforos como aquí (cualquier país)… imagínate que el empleado público te trate bien, que chévere sería… imagínate que la policía te genere respeto y seguridad, uf que nota… Imagínate que todos lleguemos a tiempo a nuestras reuniones, sería muy interesante. Pero no, la idiosincrasia del venezolano no da para eso, por lo menos no por ahora; y confieso que yo también irrespetaba los semáforos y era impuntual (aún trabajo en ello), pero estando afuera te das cuenta que todo funciona mejor si RESPETAMOS.

Estando fuera te pierdes de momentos que no vuelven, como ver crecer a tus hermanos, como las bodas de tus familiares más cercanos, las graduaciones de amigos, los cumpleaños de tus padres, las parrillas en familia, si es que se hacen ahora; y es allí cuando te preguntas ¿de verdad vale la pena?, ¿vale la pena que tú estés bien pero no estés con los que quieres estar? ¿Vale la pena que vivas con ganas de estar en otro lugar que te acoge simplemente con respirarlo? ¿O vale la pena vivir en otro lugar donde no encuentras esa calidez humana como la tienes en Venezuela?; y las respuestas pueden ser encontradas, unos pueden pensar que si vale la pena, otros pueden pensar que no y es por ello que se quedan, u otros como yo que viven con este sentimiento amargo de querer salvarme de estar enferma de miedo y VIVIR, pero estar lejos de donde quiero estar. Son sentimientos encontrados que quisiera explicarlo en una sola palabra, pero creo que no existe.

Y es cierto, los que salimos vivimos bien porque nos alcanza el dinero para vivir con lo básico, en países donde lo básico parece ser demasiado para algunos y, es allí donde viene la crítica, pero en tiempos tan difíciles como los que vivimos, las críticas van y vienen.

Y hablando de la situación actual, que fuerte es estar lejos.
Que fuerte es estar lejos; el que se fue lo sabe… es estar atados de mano esperando, viendo fotos y videos de como otros luchan por tu país; es sentirte débil por estar afuera pero a la vez sentirte a salvo; es decirle a tu familia que no salga a marchar porque te da miedo que algo les pase pero a la vez sentirte egoísta por pedirlo; es sentir que con tirar piedras no se conseguirá nada pero a la vez sentirte miserable porque tu ni eso puedes hacer; es ver que otros mueren por Venezuela mientras tu estas en otro país pensando “que sigan las protestas, que nadie se canse”;  es ver que tus amigos salen a protestar por el futuro de sus hijos y tú piensas “¿y si le pasa algo? que irresponsable es”; pero con eso vivimos los que estamos afuera.

Que fuerte es estar lejos y no poder ayudar en nada más que difundir lo que pasa para hacer ruido internacional. Es querer contarle al mundo lo que allí sucede para que sepan que Venezuela necesita ayuda internacional, pero muchos vivimos en países en donde ni siquiera conocen donde queda Venezuela y eso pone más cuesta arriba nuestras intenciones.

Colgué la bandera de Venezuela en la ventana de mi apartamento días atrás, solo para sentirme bien conmigo misma, y creer que alguien por muy insignificante que sea, se va a detener a preguntarse ¿qué pasa con esa bandera? ¿De dónde es? y que generará ruido, que alguien averigüe un poco, con que una sola persona lo haga, soy feliz. Y es que esta lucha (estando fuera) se ha convertido en eso, en decirle al mundo lo hermoso que es nuestro país y lo terriblemente pisoteado que está, y cuando alguien lo sabe, alivia un poco mi carga de pensar que por lo menos estoy siendo portavoz de las maravillas de mi país, pero también debo contar las grietas que existen y aunque sea una persona cualquier, sin pertenecer a un gobierno, ayuda a sentirnos bien.

Este artículo no es más que la frustración de no poder hacer nada palpable por MI país, y es un desahogo a sentimientos encontrados, a tantas preguntas sin respuestas, a tantas ganas de hacer, sin tener que. Soy una venezolana que como al igual que a todos me duele lo que pasa en Venezuela y espero con ansias locas que el día de la libertad llegue pronto. Alguien me dijo recientemente que no esperara ese día, pero de verdad, es imposible; solo sigo pidiéndole a Dios a diario que sane mi alma para no seguir almacenando tanto odio y rencor, Él parece escucharme y me ha sanado; pero es imposible no sentir asco y repudio por todo lo que pasa en un lugar tan noble, tan bonito, tan sencillo y tan lleno a la vez. Solo suspiro y sigo esperando… 


Por: Paola Duque
Instagram: @PaolaDuque13